sábado, julio 05, 2008

Un artículo que no colabora, de Macedonio Fernández


Un artículo que no colabora

Macedonio Fernández

Desde los tiempos cuando los jilgueros volaban hasta los en que se tuvo gobiernos capacitados para postergar con urgencia cualquier asunto y especialmente la hora de los eclipses solares, que a veces por descuidada combinación de los astrónomos preparadores caen en instantes en que sólo pueden disfrutarlos los trasnochadores más próximos, se me viene solicitando de “Martín Fierro” un artículo breve o que yo sea breve en un artículo. (La preocupación de “Martín Fierro” por sus lectores no reconoce límites; pero nada lo hará feliz, pues por nuestra parte el límite de los colaboradores no reconoce preocupación.)

Me costará pena por estar fuera de mis hábitos, aparte de ser cosa notada que siempre seguimos la misma costumbre que hemos cambiado. De mi agrado ha sido que los artículos parecieran breves; mas tras múltiples pruebas resulta que el lector no se atiene a la apariencia; los desea efectivamente cortos; sólo así los ve breves. Artículos que duren poco, ¡qué gente de sueño fácil!

Por diminuto que sea un trabajo debe empezar. Pero los Directores no lo entienden así; no pueden ver que un artículo se empiece. Es un alarmismo tal que sólo se tranquilizan de que no será largo si uno les promete no comenzarlo.

Todo lo que puedo es empezarlos cortos. En este esfuerzo he logrado hacer de mis primeros cuatro renglones una reconocida notoriedad de brevedad. Está debidamente codificada entre todos los lectores del mundo la regla de ausentarse después de la cuarta línea; a esta altura yo cuando leo, suspendo; cuando escribo, sigo, pero justificadamente, pues la brevedad ya la he satisfecho al principio.

Me parece que yo hago como todos (dicen que el tartamudo cree que todos so de su tartamución. Me gusta más el dicho “el ladrón cree que todos son de su condición”, porque es aconsonantado; y es un placer tan grande leer “ón” y unos segundos después otra vez “¡ón!” Sólo así el dicho contiene sabiduría). A la altura en que autor y lector cesan de acompañarse puede escribirse ampliamente. Y está tan bien acomodado esto de no pasar del cuarto renglón, que ningún lector sabe que desde la línea siguiente no hacen otra cosa los autores que hablar mal de él.

Así, pues, es inútil el empeño de los señores Directores de “Martín Fierro”. Después de la cuarta línea no hay nadie a quien proteger.

Por lo demás, yo distrayendo a ambos Directores, al uno con los jilgueros y al otro con el eclipse, he logrado que sin oposición este artículo quedara totalmente empezado.

Martín Fierro, 2ª época, nº 22, 10 septiembre 1925

De Papeles de Recienvenido (1929

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