EL DOCTOR CORMILLOT
Y LA GRAN MAQUINA DE
ADELGAZAR CONCIENCIAS
"Quien mete una picana en el vientre de una mujer, o da la orden de hacerlo, nunca estará en la categoría de los humanos..."
Dr. A. Cormillot, dietólogo, en El Observador, 13-1-84
¿Así que picanean el vientre de una mujer no son humanos...? Y, entonces: ¿serán humanos los que picanean la encía de un varón...? Al respecto, el doctor Cormillot no se ha expedido. El piensa que los torturadores y los esbirros, en general, son enfermos mentales: psicópatas, (El Observador, 6-1-83), víctimas de una curiosa folie a deux, (El Observador, 30-12-83), víctimas de una rara anormalidad (EI Observador, 23-12-83)."Piensa" él, como los torturadores y los usufructuarios beneficios de la tortura. Hacia 1972, un amigo mío, por entonces capitán de corbeta, decía que los que matan por la espalda a un oficial o a un soldado, no eran seres humanos. Dijo después, en 1974, un alto jefe del ejército, que "quienes aceptan o instigan el terror subversivo, no merecen llamarse humanos". Aconsejaba después un decreto del gobierno elegido democráticamente en 1973, que "las fuerzas armadas deben proveer a la aniquilación de la subversión"
Pero resulta que "aniquilar" es una palabra que no pertenece al lenguaje psiquiátrico, ni al lenguaje jurídico, aunque suele aparecer con frecuencia en la voz de quienes creen que ciertas conductas no pertenecen al ámbito humano: son inhumanas demoníacas, habría que aniquilarlas. Para muchas figuras del jet set, ésas que aparecen reporteadas en las revistas Metropoli, Le Cirq y Bazar, la gente vulgar, la gente pobre y la gente aburrida, tampoco pertenece al género humano. Para el actor Víctor Laplace, en confesiones realizadas a la revista Alfonsina del 13, de enero, los fetitos y los embriones que aparecen en !a matriz de las mujeres sin responder a la voluntad y la planificación racional e industrial de las ‘familias, no son seres humanos y también, pueden ser aniquilados. Hubo un general que pensaba que hasta los banqueros y cambistas que aceptaban fondos de las guerrillas en sus cuentas corrientes deban ser aniquilados. Algunos escritores, que opinaban que la represión era injusta y que había que diferenciar el terror popular del terror del estado por distintas razones, también debían ser aniquilados, o callados. Todo esto sucedía en un país donde durante fines del siglo XIX, las elites dirigentes recitando, como ahora, al preámbulo de la Constitución, decidieron que quienes adoraban a dioses berreta americanos, vivían en toldos y andaban en pelotas por la pampa como si fueran dueños, debían ser aniquilados. Y años después, recitando que esta era una "tierra abierta a todos los hombres del mundo", se concedió que los que no hablaban bien el español de aquí y pensaban que el sistema de propiedad de estas Provincias Unidas era injusto, bien podrían ser humanos, pero jamás argentinos y ya que no se podía aniquilarlos, hasta que fletarlos de vuelta a las hambrunas de sus tierras de origen.
La visión macabra de la tumbas N.N. enseña a creer
en las "verdades" que declaran los conductores de
televisión.
Hoy mismo, uno puede recorrer todo el país y encontrar hijos de gallegos, vascos, friulanos, polacos, calabreses, alemanes y matacos que desconocen el "inhumano" idioma de sus padres hubo que aniquilar cualquier idea anti-nacional, había que sintonizar a todos en la misma frecuencia lingüística en la que pronto transmitirían la radio, la prensa y la televisión las crónicas del mundial del 1978, las alternativas de los grandes procesos electorales y los entretelones de los monumentos de los N.N., que parecen construidos para enseñar a una generación que miran huesos por televisión, que más vale no apartarse de las consignas de tolerancia y sumisión que les recitan los locutores. A alguien tendríamos que aniquilar: a los que no comparten la idea constitucional, a los que no pronuncian las eses, a los que torturan o mandan torturar, a los raros. Si ellos son humanos, si alguno de ellos, por hache o por bé no fuera humano seguro que nosotros somos seres humanos: hay que decirle que es inhumano al que está afuera, para sentirse amparado en el calor de hogar de esta casa caníbal que habitamos. Por ejemplo; yo, dietólogo, confieso (EI Observador, 23-12-83) que "por ignorancia, por estupidez o por negación, creí estar viviendo en orden y en paz...", en esos años en los que enseñaba a embellecer los cuerpos mientras pasaba aquello y siento que si no pudiese definir como inhumano al general equis, tendría que preguntarme quién soy yo.
¿Cómo librarnos de la carne podrida que nos está creciendo en la conciencia? ¿Y del tejido adiposo ideológico?
Y yo, si acepto que el sargento igriega es tan humano como el general equis, si acepto que la palabra "humano" le quepa a ambos; tendré que buscar la palabra que a mí me corresponde: ¿"Beneficiario"? ¿"Colaboracionista"? "Cómplice", tal vez? Yo, médico, no soy un cómplice: soy tan humano que ahora señalo con el dedo a las malos!. Porque, si yo, dietólogo, no encuentro una dieta capaz de librarme de la carne podrida
que me ha crecido en la conciencia: ¿Con qué cara podré enfrentar a esa opinión pública que conduce en fila india a las pacientes hacia mi clínica...? Debo encontrar, también para esta gordura de la conciencia, una dieta incruenta, no traumática, que la dote de una traumática, que la dote de una silueta esbelta, como debe ser. Si mis gorditas buscan tener el cuerpo de las chicas que salen en la tapa de la revista Gente, mi alma debe tener el discurso que ahora adoptan los textos de la revista Gente. ¡Suprima cierta idea hipercalórica, abandone esos condimentos ideológicos exagerados! ¡Calce un buzo de jogging y salga a correr por los jardines bien cuidados de la opinión publica, que pronto tendrá el alma esbelta y tonificada y ser bella! Bella: aunque en el fondo usted siga siendo una señora gorda, lucir linda y apetecible para los hombres, y eso es lo principal.
A algunos les toca la corriente eléctrica. Otros prefieren las corrientes mayoritarias de opinión.
Pero, -sucede-, toda gorda en el fondo sigue siendo una gorda y algún día recae y vuelve a los dulces, a los hidratos de carbono, al rollito, la celulitis y la fealdad, tal como toda sociedad puede volver a la picana, a los campos de con concentración, a la monstruosidad inhumana, al pus del fondo. Habría que aniquilar las verdaderas causas de la gordura, -de la aniquilación- y dejarse de ponerIe Sucaryl periodístico al síntoma. Creer, como cualquier señora gorda, que los torturadores son inhumanos, o mentir que uno se hace torturador, o responsable o cómplice por un motivo "patológico... inconciente...", es el menú para adelgazar las conciencias que distribuyen hoy los medios que cantaban a los laureles eternos del orden y la paz mientras el país engordaba y se hinchaba de horror y de miseria y las revistas difundían dietas para embellecer y recetas para festejar los dólares baratos y los goles chantunes del mundial 1978: Yo, dietólogo, no se sinceramente que habría sido capaz de hacer si en vez de esta clínica para sonoras gordas me hubiese tocado el cargo del doctor (a) Mengele, en la Escucla de Mecánica de la Armada. Porque yo, médico. reconozco mi error, y errar bien se que es humano, y, también se que por fortuna la tortura no es humana y a mi jamás me alcanzará. Yo soy, -digo-, uno de los que nunca
estará de uno u otro lado de la picana, siempre fuera de la corriente eléctrica, siempre dentro de la corriente mayoritaria de opihión. En cambio yo, Fogwill, siempre ando cerca de eso: afinidades naturales. Yo soy uno de los que, allá por 1972, después de los secuestros de Mirta Misetich, Pablo Maestre, Martins y Centeno, y alrededor de la masacre de Trelew (que allí empezó la guerra sucia, y no en 1976 como parecen creer los que quieren creer que ya está terminada), decidió que la suerte ya estaba echada, y se gastó tratando de enfriarse, y de enfriar. Decir que estaba mal aquel camino: ¿No era una de las formas de la represión? Sí, esa era una manera sutil de represión. Por eso no ha de extrañar que tantos lúcidos acabáramos complicados con la complicidad: no por estupidez, ni por "error", -como los dietólogos-, sino por los errores y por la estupidez de una historia que nos quedaba grande, o que nos quedaba equivocada. Eramos humanos: no perseguíamos la belleza de la cintura, la riqueza de la sobrevaluación monetaria, el éxito del fútbol ni la armonía social del orden militar. Eramos humanos: humanos, como los torturadores. Porque entre los torturadores hay personas afables, educadas, amantes del orden, de la paz, de la belleza de los cuerpos de las personas y de la armonía de los cuerpos de los caballos de raza. Hasta hay torturadores -véase- ¡arrepentidos! ¡humanos! Porque los torturadores son tan humanos como los colaboracionistas, y como éstos, también ellos tienen acceso a los
dones humanos de la alegría, de la sonrisa, de la tristeza y del arrepentimiento. Pero: ¿qué clase de arrepentimiento? El único arrepentimiento válido es el que compromete a no cometer las mismas culpas.
Es preferible ver a los que se arrepienten que estar a su
alcance cuando se arrepientan de haberse arrepentido.
Tal vez haya torturadores verdaderamente arrepentidos, pero éste no es el caso del doctor Cormillot, que vuelve a recaer en la misma figura que lo llevó, en 1976, a militar entre los colaboracionistas, o entre los amantes del "orden y la paz" como él dice. Para estos colaboracionistas, el arrepentimiento debería manifestarse por el silencio y el respeto hacia los únicos que tienen derecho a hablar. No puede estar arrepentido el colaboracionista –llámese Neustadt, Fogwill o Cormillot- que hoy usurpa el lugar de juzgar y opinar, luciendo, como único mérito, su propia "estupidez" según el mismo Cormillot reconoce (El Observador 23-12-83, pág. 45). Como el torturador que se arrepiente y vuelve a torturar –torturador arrepentido- toda vez que el orden social necesita de sus servicios y vuelve a arrepentirse cada vez que el orden social necesita, o se puede permitir la convivencia pacífica, Cormillot es humano. Humano. Yerra: no se puede callar. Tiene que sumar su voz al ruido público de la presna para tapar las voces que pueden enunciar la verdad. Porque los colaboracionistas no saben callar: su vocación de colaborar sigue intacta en el tiempo y ensaya ahora un régimen para adelgazar las conciencias. Como un rollito de gordura, la tortura nos sería ajena. Lejana en el tiempo, pertenece al pasado. Lejana en la razón, pertenece a la órbita de la psicopatía y la locura, lejana y más lejana, ni siquiera es humana. ¿Debió ser causada por un microbio, o por un virus desconocido tal vez?
La respuesta la deben dar los médicos, nunca las víctimas de la tortura ni los que siempre estudiaron al cuerpo enfermo de la sociedad. Porque a este país gordo, deforme y afeado hay que hacerle creer que bajo su grasitud y sus carnazas se oculta una belleza que puede recuperarse sin cirugía mayor, con anestesias locales y con esa misma indiferencia placentera con que los colaboracionistas se entregaron al goce de la armonía del quirófano desde 1972.
Autor: Fogwil
Posted by NC
3 comentarios:
nadie lee
los
posteos largos
no?
nc
yo si
como?
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